lunes, 22 de febrero de 2010

Solo para adolescentes: Un nick celestial

La vida estaba bien para Agustín, que con sus trece años era un chico igual que cualquier otro, con sus rollos y sus desatinos, pero nada fuera de lo común. Este verano era el último de su primaria y en pocos meses comenzaría una nueva y desafiante etapa de su vida. Sabría que vendrían muchos retos y en parte le provocaba temor. Nuevos compañeros, nuevo colegio, nuevas materias. Todo eso sumado a las nuevas sensaciones que ya se hacían sentir en su cuerpo y en su mente. Pequeña mariposa en plena metamorfosis, su mundo interno presentaba cambios. No imaginaba cómo cambiaría también su mundo exterior, ni las tormentas que se avecinaban en su cielo hoy celeste.
Sus padres ya lo empezaban a fastidiar bastante y ¡ni hablar de su hermano! Franco, el hermano mayor de Agustín, era "francamente" insoportable. Se las daba de grande todo el tiempo y tan solo le llevaba tres años de diferencia. Con frecuencia se hacía el vivo y se burlaba de Agustín por todo lo que decía, lo trataba de imbécil por cualquier cosa, en especial delante de sus amigos. Esto había hecho que ellos se distanciaran bastante y, aunque todo el mundo decía que era normal y que eran típicas peleas de hermanos, él sentía como que se había abierto una grieta en su corazón donde albergaba cierto resentimiento y bronca.
Con su padre las cosas no eran mejores: hijo de militares él, su corazón era una piedra a la hora de expresar afecto y comprensión. Tenía una palabra de recriminación para todo y nada le satisfacía por completo: nada de lo que Agustín hacía estaba bien. Él sentía que nunca iba a agradarle por más que se esforzara. Después de mucho sufrir para adentro toda su niñez, había dada por perdida la causa.
Gracias a Dios estaba su mamá, que era lo más rescatable de la familia. Así iba llevando sus días en estas vacaciones interminables.
Una tarde de verano, medio aburrido de la computadora y medio divertido ante la ocurrencia, comenzó a ensayar garabatos en un papel con la intención de crear su firma. Ya lo había hecho algún tiempo atrás pero no había logrado nada digno de mostrar. "Una firma es algo que va con vos por el resto de tu vida -pensó-, así que tiene que ser fácil, pero a la vez tiene que ser cool y tener un toque de personalidad". Se esmeró un poco más esta vez, y luego de divagar un rato con la lapicera (sus dedos algo desacostumbrados por falta de uso ahora en vacaciones) nació la dichosa firma. Tenía huellas digitales, tenía nombre, un documendo de identidad ¡y ahora también podía firmar!
Tal como lo temía, el nuevo ciclo lectivo trajo vientos de cambios. Coincidentemente con las turbulencias propias de su período particular de la vida, las cosas empeoraron en su casa. Le fastidiaba cada vez más Franco, con la arrogancia de creerse dueño del mundo; le fastidiaba su padre con su excesivo perfeccionismo que lo hacía un infeliz más en esta tierra. Además se le sumaban con cada vez más frecuencia una serie de escándalos y peleas domésticas, gritos y alguna que otra paliza. Ahora también le fastidiaba su madre, porque comenzaba a descubrir la actitud pasiva en ella que nunca antes había querido ver. Y eso era terrible por donde se lo mire.
Con nuevos amigos y nuevos hábitos, Agustín comenzó a zambullirse a pleno en el mundo de la virtualidad. Al menos ese plano le proporcionaba un alivio, un desahogo a tanta dosis de realidad que lo castigaba. Esa otra vida tenía aventuras, tenía desafíos, tenía amores... Pero necesitaba un "otro yo", se hacía necesario (y natural) buscarse un "nick".
Hacía unas semanas que la idea le rondaba por la cabeza. El nick era importante porque, al igual que la firma, es algo que te define, que te da personalidad. Repasó historias fantásticas conocidas, investigó a héroes de ficción, miró personas ilustres de la historia -de paso aprendió algo de mitología- probó metáforas, jugó con adjetivos, ¡hasta buscó en su vieja Biblia a ver si había algo interesante!
"Tengo que idearlo bien, uno no puede cambiar de nick a cada rato. Tampoco se le puede preguntar a los demás: ché, ¿vos que opinás, te gusta éste o éste? No da... Tiene que ser misterioso, tiene que reflejar cómo me siento -re mal- y cómo quiero que me vean. Y además... tiene que provocar respeto y admiración", pensaba y pensaba, a ver si se le ocurría algo fuera de lo común.
Después de votar metalmente entre los favoritos, eligió su segundo nombre: ahora sería Dark Angel. Lo había visto en una de esas páginas que visitaba últimamente y le gustaba porque le daba un toque misterioso y melancólico; además tenía onda. Esa sería su identidad de la puerta de su habitación para afuera. Mientras tanto, el DNI decía que se llamaba Agustín Ezequiel Campos; los registros escolares y el carnet de la obra social, por ejemplo, desconocían otro título.
Dark Angel se internó más en la virtualidad, casi por completo. Allí conoció gente, se hizo algunos amigos ocasionales, algunos para jugar online, otros de los cuales aprender teorías y filosofías nuevas y atractivas que de a poco iban construyendo este nuevo mundo, le daban forma.
Poco a poco Dark Angel fue ganando espacio no solo en su pantalla, sino en su vida misma, que se volvió más lúgubre y sombría con una visión grisácea y pesimista del mundo. Por momentos recordaba su niñez, recordaba a ese Agustín de seis años jugando en la plaza, y la luz de la inocencia que lo rodeaba todo. Eso estaba lejos ahora, en su mente nada más, pero muy lejos de la nueva vida real.
Algunas noches de angustia se encerraba en el baño y se provocaba al dolor "para sentirse vivo". Se vestía solo de colores oscuros, decía cosas extrañas, como que uno debía llevar con dignidad su luto...
¿Por qué? ¿Qué o quién había muerto? Tal vez era Agustín que estaba desfalleciendo, agonizando sin ser oído.
Dark Angel, como un segundo yo dentro del yo, se preguntaba muy en el fondo si acaso algo habría cambiado a causa de su nuevo nombre, si sería posible que el nick tuviera una especie de poder, o si simplemente la realidad de su vida era lo que había cambiado y este título era nomás un mero reflejo.
Por momentos se sentía lejos de todo, aislado, y casi nada lograba penetrar esa segunda y gruesa piel y llegar al núcleo de su ser. Casi nada lograba conmoverlo como para atravesar las capas externas y alcanzar el corazón, donde yace el verdadero yo, de donde mana la vida. Era un espíritu moribundo.
Empezó a entender que había una batalla más por pelear, una batalla para librar su alma. Acudió a esa Biblia que guardaba en su ropero y que en otro tiempo le había sido de ayuda. Se sentó en el suelo y allí, con el libro entre sus piernas, lloró al leer las promesas:


"Y te será puesto un nombre nuevo, que la boca del Señor nombrará" y "Al que salga vencedor... le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que solo conoce el que lo recibe."



Allí, en esa habitación donde tantas veces había llorado mirando el techo, donde había ensayado miles de identidades y posturas, se conectó con Dios su Creador y escuchó con su corazón el susurro divino que le devolvió la vida.



Marijo Hooft

3 de febrero de 2010
Dedicado a Black Soul


Los textos son tomados de la Biblia: Isaías 62:2 versión Reina-Valera y Apocalipsis 2:17 Nueva Versión Internacional

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